Día de la mujer. mujeres que cambian la vida de otras mujeres.

El ‘supercultivo’ que da poder a agricultoras del mundo

Una emprendora de 29 años triunfa vendiendo moringa, un vegetal cuyo comercio beneficia a comunidades rurales de mujeres

Mujeres Agricultura Emprendimiento

La historia de Lisa Curtis comienza en pleno corazón africano, en una pequeño pueblo de Níger donde se encontraba trabajando para los Cuerpos de Paz. «Me encontraba en una aldea muy pobre, sin electricidad, sin agua corriente y donde no abundaba la comida sana», recuerda Curtis, vegetariana de 29 años. Allí descubrió un árbol cuyas hojas, en esas tierras, eran alimento popular y se consumían como si de pipas se tratara. Eran las del moringa, Moringa oleifera, una especie nativa de climas tropicales. Poco después supo también que, en muchos lugares de África occidental, se tomaba para combatir la fatiga y era llamado el árbol de la vida. Y tuvo una idea.

«Queríamos hacer dos cosas básicas», cuenta Curtis desde Haití. «Por un lado, que comunidades vulnerables pudieran hacer negocio con el moringa, un cultivo inteligente, muy resistente a las inclemencias del clima, y obtener así cierta independencia económica. Por otro, introducir este producto en la cultura alimentaria de Estados Unidos para incentivar una dieta más rica en vegetales».

Cuatro años después de su inspiración vegetal, Curtis dirige Kuli Kuli, una startup de alimentación sostenible que comercializa snacks y bebidas a base de moringa en unas 6.000 tiendas de Estados Unidos, entre las que se incluyen cadenas como Whole Foods. Acumula más de 4,2 millones de dólares en inversiones, con respaldos de, entre otros, el brazo financiero del gigante Kellogg’s. Y ha logrado que cooperativas de agricultura lideradas por mujeres, ONG y granjas familiares de países como Haití, Ghana y Nicaragua hayan obtenido más de 1,5 millones de dólares de beneficios por el comercio de estas hojas, una labor por la que Curtis fue nominada en 2017 por la UNEP a su premio Jóvenes Campeones de la Tierra e incluida este año por Forbes en sus 30 under 30, una lista de emprendedores sociales.

Granjeras autónomas

Nacida de una campaña de crowdfounding en Indiegogo en la que se recaudaron 53.000 dólares, récord en un proyecto agroalimentario, Kuli Kuli inició su tarea sobre el terreno. Curtis y sus socios trabaron contacto con los cultivadores de moringa con una prioridad en mente: «Trabajamos también con hombres, pero mayoritariamente lo hacemos con mujeres», señala la empresaria. «¿Por qué? Porque en estas comunidades es mucho más frecuente que sean ellas las que gasten su dinero en la educación de los niños y la calidad de vida de la familia», entiende, y añade: «Y más en África, donde sus condiciones sanitarias y financieras son menoscabadas sistemáticamente».

Agricultoras africanas cosechando hojas de moringa.
 Alcazaron un acuerdo sencillo: la startup se proveería de una parte de las cosechas de estas modestas plantaciones, asegurando a las agricultoras una compra regular y en condiciones justas, para exportarla a Estados Unidos. Ya en su cuartel general de Portland, Kuli Kuli cocinó varios productos a base de moringa: barritas energéticas, batidos, infusiones. «Y aquí empezó la parte menos glamurosa del asunto: recorrer puerta a puerta muchísimos establecimientos para dar muestras y explicar lo que hacíamos», recuerda Curtis. Les ha ido bien: hoy trabajan con más de 1.000 agricultores de 40 plantaciones en naciones de todo el mundo y prevén ingresar cerca de dos millones de dólares en el presente ejecicio.

Un cultivo inteligente

El moringa, el árbol del feliz encuentro de Curtis, es una especie originaria de páises como Filipinas, Etiopía e India. Se le conoce también como palo de tambor, por su forma, o rábano picante, por el amargor de sus raíces. Sus derivados, en la actualidad, son incluidos popularmente en el amplio y no consensuado grupo de los llamados superalimentos, como el kale o la chía, un término sin definición científica que, a grandes rasgos, engloba productos que tienen una alta densidad nutritiva. «No es nada milagroso», desmitifica la propia Curtis. «Es simplemente un vegetal que tiene una cantidad de nutrientes y aminoácidos elevada». Según la FAO, sus hojas son «ricas en proteínas, vitaminas A, B y C, y minerales».

Pero aparte de estas cualidades, que convierte a la especie en un importante sustento para vegetarianos y habitantes del medio rural que no pueden permitirse comprar carne, lo que distinga al moringa es su inteligencia. Es uno de esos «cultivos resistentes» de los que habla Curtis, aquellos que crecen y prosperan en medio de inundaciones, erosiones y tierras salinizadas, tenebrosas consecuencias del cambio climático.

Lisa Curtis, fundadora de Kuli Kuli, y una agricultora ganesa.

Lisa Curtis, fundadora de Kuli Kuli, y una agricultora ganesa. KULI KULI

«Requiere muy poca agua y, a diferencia de otros cultivos, no atrae de manera natural a las plagas», explica Hugh Locke, fundador de Smallholder Farmers Alliance, una cooperativa de agricultura sostenible que opera principalmente en Haití y que trabaja mano a mano con Kuli Kuli. «Los granjeros, además, pueden mezclar este cultivo con otros, como judías o cacahuetes, lo que es una gran ventaja». Precisamente por eso, el árbol también ha sido utilizado en un programa junto a la Clinton Foundation para reforestar el suelo de Haití, desbrozado por los constantes desastres naturales.

Locke también habla de la introducción de la tecnología para hacer una agricultura cada vez más transparente. «Estamos explorando el uso de la tecnología blockchain –un sistema que mejora y hace más seguro el almacenamiento de datos y transacciones– para el algodón de Haití, un cultivo que llevaba años sin trabajarse», afirma, y anuncia que en función de los resultados verán cómo aplicarlo a los pequeños propietarios de plantaciones de moringa.

El cuento de éxito de Curtis está protagonizado, como muchos otros, por el ingenio y la naturaleza. Esta vez por un árbol pecualiar, el moringa, que ha elevado la calidad de vida de comunidades casi siempre relegadas. El inglés Locke, que como agricultor dice medir muy bien los calificativos que le dedica a cada ser vivo, no escatima elogios: «No me gusta utilizar el término ‘milagroso’ a la ligera, pero he visto crecer estos árboles en las condiciones más adversas. Necesitamos esta clase de ‘supercultivos’ para garantizar la sostenibilidad de la tierra y la de los que la trabajan».

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